Dirigida
por Paolo Sorrentino, “La Gran belleza” es, con toda seguridad, una de las mejores películas del año. Una obra maestra llena de calidad,
profundidad, precisión y hermosura, construida como un poema visual, que rescata aquel cine italiano clásico, extraño, fellinesco y
magistral.
Así, el
director de "Il Divo" nos presenta aquí su película más atrevida y audaz, y se la juega siendo más él mismo que nunca. Se nota que mama de la
teta de Fellini y de "La Dolce Vita", pero no es la revisión de un clásico lo que nos presenta sino, simple y llanamente, su mejor película.
La historia es sensacional. Habla del todo y de la nada, de la mediocridad y de la exuberancia, de la
decadencia y la grandiosidad, de la vida y de la muerte. Es poesía pura que nos muestra a una alta
sociedad romana decrépita y cansada que se reúne en fiestas en las que corren
el alcohol, las drogas, el arte contemporáneo, la
libertad sexual, y todo con Roma como telón de fondo.
El guión es simplemente brillante. Las escenas se
suceden regadas de grandes diálogos y situaciones que invitan a la
reflexión y a la autocrítica en una búsqueda mezquina de lo que es
más importante, las propias raíces, que no son, simplemente, los antepasados o la
tradición familiar, sino lo que verdaderamente sostiene nuestra vida. Una
búsqueda en la que hay cabida para el drama, la comedia negra, la
ironía, el sarcasmo y el esnobismo.
Los
actores están imponentes, sobre todo el protagonista, Toni Servillo, que no actúa, sino vive. Su labor tiene tintes tan
naturales que son casi insultantes, se desenvuelve con una facilidad
pasmosa y su influencia y su atracción son impresionantes. Completa
un espectacular reparto de secundarios en los que cada uno brilla en
su cometido dando vida a la estrafalaria alta sociedad romana.
La música es también bellisima, a caballo entre lo clásico y lo moderno, del adagio de cuerdas y final en viento, al "chumbachumba". Destacando por encima de todo la utilización del instrumento más conmovedor: La voz humana, a través una coral polifónica femenina que impregna la historia de un halo de misticismo y santidad.
El director italiano es un maestro rodando escenas, por lo que visualmente la película es muy atractiva. Su montaje es poderoso, extravagante, pretencioso. La fotografía es portentosa; la cámara no para quieta casi nunca, atrevida, inquisitiva, a la búsqueda del detalle y de la Gran Belleza.
En fin, una película preciosa y preciosista que trasciende su pura imagen pirotécnica para narrar la
historia de una ciudad vieja y decadente, un hombre viejo y
decadente y de una soledad compartida en la nada. Todos somos nada y
cuando esto se asimila como la única realidad toda nuestra
percepción y actitud ante la vida cambia, nuestra esencia cambia.
Obligada para los amantes de Roma, para todos los que han visto "La
Dolce Vita" de Fellini, para los que saben quien es Moravia y para
los que buscan el placer del cine con mayúsculas.
Entras
en ella poco a poco, al principio con cierto desconcierto, para
quedarte atrapado en su fotografía , en sus diálogos , en sus
personajes, perdido en la noche del Foro, en esa terraza frente al
Coliseo, en las calles doradas de la Ciudad Eterna.
Al final, cuando salí del cine, me vinieron un torbellino de imágenes vividas que se mezclaron con lo que había visto y me pregunte si existe todavía esa Roma mágica , frívola y bella
que yo conocí en los años que viví allí. Espero que sí.
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