jueves, 2 de enero de 2014

Cualquier tiempo pasado fue mejor









Dirigida por  Paolo Sorrentino, “La Gran belleza” es, con toda seguridad, una de las mejores películas del año. Una obra maestra llena de calidad, profundidad, precisión y hermosura, construida como un poema visual, que rescata aquel cine italiano clásico, extraño, fellinesco y magistral.

Así, el director de "Il Divo" nos presenta aquí su película más atrevida y audaz, y se la juega siendo más él mismo que nunca. Se nota que mama de la teta de Fellini y  de  "La Dolce Vita", pero no es la revisión  de un clásico lo que nos presenta sino,  simple y llanamente, su mejor película. 

La historia es sensacional. Habla del todo y de la  nada, de la mediocridad y de la exuberancia, de la decadencia y la grandiosidad, de la vida y de la muerte. Es poesía pura que nos muestra a una alta sociedad romana decrépita y cansada que se reúne en fiestas en las que corren el alcohol, las drogas, el arte contemporáneo, la libertad sexual, y todo con Roma como telón de fondo.

 El guión es simplemente brillante. Las escenas se suceden regadas de grandes diálogos y situaciones que invitan a la reflexión y a la autocrítica en una búsqueda mezquina de lo que es más importante, las propias raíces, que no son, simplemente, los antepasados o la tradición familiar, sino lo que verdaderamente sostiene nuestra  vida. Una búsqueda en la que hay cabida para el drama, la comedia negra, la ironía, el sarcasmo y el esnobismo.

Los actores están imponentes, sobre todo el protagonista, Toni Servillo, que no actúa, sino  vive. Su labor tiene tintes tan naturales que son casi insultantes, se desenvuelve con una facilidad pasmosa y su influencia y su atracción son impresionantes. Completa un espectacular reparto de secundarios en los que cada uno brilla en su cometido dando vida a la estrafalaria alta sociedad romana.


La música es también bellisima, a caballo entre lo clásico y lo moderno, del adagio de cuerdas y final en viento, al "chumbachumba". Destacando por encima de todo  la utilización del instrumento más conmovedor: La voz humana, a través  una coral polifónica femenina que impregna la historia de un halo de misticismo y santidad. 

El director italiano es un maestro rodando escenas, por lo que visualmente la película es muy atractiva. Su montaje es poderoso, extravagante, pretencioso. La fotografía es portentosa; la cámara no para quieta casi nunca, atrevida, inquisitiva, a la búsqueda del detalle y de  la Gran Belleza.

En fin, una película preciosa y preciosista que trasciende su pura imagen pirotécnica para narrar la historia de una ciudad vieja y decadente, un hombre viejo y decadente y de una soledad compartida en la nada. Todos somos nada y cuando esto se asimila como la única realidad toda nuestra percepción y actitud ante la vida cambia, nuestra esencia cambia.

Obligada para los amantes de Roma, para todos los que han visto "La Dolce Vita" de Fellini, para los que saben quien es Moravia y para los que buscan el placer del cine con mayúsculas.
Entras en ella poco a poco, al principio con cierto desconcierto, para quedarte atrapado en su fotografía , en sus diálogos , en sus personajes, perdido en la noche del Foro, en esa terraza frente al Coliseo, en las calles doradas de la Ciudad Eterna.

Al final, cuando salí del cine, me vinieron un torbellino de imágenes vividas que se mezclaron con lo que había visto y me pregunte si existe todavía esa Roma mágica , frívola y bella que yo conocí en los años que viví allí. Espero que sí.



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