sábado, 26 de mayo de 2012

En memoria de Falcone







"Yo no soy Robin Hood, ni un kamikaze, ni un misionero. Soy solo un servidor del Estado en tierra infiel”

                                                                          Giovanni Falcone, 1991

                                                                 


El pasado 23 de mayo se cumplieron 20 años del brutal atentado que acabo con la vida del gran Juez antimafia Giovanni Falcone.
Recuerdo bien ese día de la primavera de 1992. Me encontraba en Roma trabajando en la corresponsalía del Grupo Zeta y, al mismo tiempo, estaba empezando mi relación con el que posteriormente sería el padre de mi hijo. La casualidad del destino quiso que el fuera un periodista especializado en cuestiones de mafia y de narcotráfico que trabajaba mucho en Sicilia, por lo que el impacto que tuvo en el la muerte de Falcone fue tan grande que consiguió, a través de charlas interminables y confesiones nocturnas “off the record”, traspasarme toda su rabia e impotencia haciendo que dicho suceso se convirtiera para mi en algo que  forma  parte de la historia de  mi  propia vida.
Todavía recuerdo con claridad las imágenes del coche  blindado de Falcone saltando por los aires. Recuerdo los cuerpos sin vida de su mujer y de los tres agentes de su escolta. Recuerdo los funerales de Estado en Palermo a los que asistí como periodista, a las viudas de los jóvenes policías muertos, a las autoridades de la isla y a los políticos muy tensos y temerosos de ser apuntados por dedos acusadores de la gran tragedia que acaba de suceder.  Recuerdo el dolor y la indignación en un país que era muy consciente de que había perdido a un gran hombre y a un símbolo de la lucha contra la mafia.
Pero, Giovanni Falcone era un hombre “marcado” por Cosa Nostra ya desde los años 60, cuando después de ser elegido procurador sustituto de Trappani, empezó a recibir amenazas de muerte. En 1987 mandó a la cárcel a más de 300 mafiosos en lo que, posteriormente, se denominaría el “maxiproceso de Palermo”. Y en junio de 1989 se salvó por los pelos de un atentado mientras estaba de vacaciones en la playa siciliana de Villa Addaura, en la costa del Mediterráneo. Un año antes de su muerte, el juez publicó un libro, Cosas de la Cosa Nostra, en el que denunciaba los vínculos subterráneos entre políticos  y mafiosos.
El 23 de mayo de 1992 viajaba en su vehículo blindado cuando los 500 kilos de explosivos fueron detonados con un mando a distancia, en la autopista Palermo-Trappani,  a solo 20 kilómetros de la capital de Sicilia. Con el murieron su esposa  Francesca Morvillo, y los tres agentes de su escolta. Dos meses después, el 19 de julio de ese mismo año, volaba con 100 kilos de dinamita, su amigo y también Juez, Paolo Borsellino, junto con cinco policías de su escolta, cerca de su domicilio de Palermo. En el caso de Falcone, la carga explosiva fue tal, que saltó por los aires un tramo completo de autopista.
Los movimientos de Falcone no eran conocidos más que por 4 o 5 personas en todo el Estado italiano. Por eso, la sombra del complot, del chivatazo desde dentro del Estado, nunca ha abandonado a los atentados contra estos dos jueces.
El asesinato de los jueces Falcone y Borsellino provocó una conmoción social enorme en Italia. Se desarrollo la creación de La Dirección de Investigaciones Antimafia, una estructura estatal que coordina las actividades de policías y jueces. Ningún juez o policía se enfrenta ya solo a las investigaciones, sino que actúa respaldado por un órgano estatal que les ampara. No se trata de vencer, sino de poner las cosas difíciles a ciertas organizaciones que actúan, todavía, con total impunidad en determinadas zonas de Italia.
Hace unos años el juez Baltasar Garzón afirmó en una entrevista: “Desde siempre tuve a Falcone como un gran profesional y un modelo a seguir". Curiosamente su final judicial, no por menos violento que el del juez siciliano, no fue menos injusto.