"Yo no soy Robin Hood, ni un kamikaze, ni un
misionero. Soy solo un servidor del Estado en tierra infiel”
Giovanni Falcone, 1991
El pasado 23 de mayo se cumplieron 20 años del brutal
atentado que acabo con la vida del gran Juez antimafia Giovanni Falcone.
Recuerdo bien ese día de la primavera de 1992. Me
encontraba en Roma trabajando en la corresponsalía del Grupo Zeta y, al mismo
tiempo, estaba empezando mi relación con el que posteriormente sería el padre
de mi hijo. La casualidad del destino quiso que el fuera un periodista
especializado en cuestiones de mafia y de narcotráfico que trabajaba mucho en
Sicilia, por lo que el impacto que tuvo en el la muerte de Falcone fue tan
grande que consiguió, a través de charlas interminables y confesiones nocturnas
“off the record”, traspasarme toda su rabia e impotencia haciendo que dicho
suceso se convirtiera para mi en algo que
forma parte de la historia de mi propia vida.
Todavía recuerdo con claridad las imágenes del coche blindado de Falcone saltando por los aires.
Recuerdo los cuerpos sin vida de su mujer y de los tres agentes de su escolta.
Recuerdo los funerales de Estado en Palermo a los que asistí como periodista, a las viudas de los jóvenes policías
muertos, a las autoridades de la isla y a los políticos muy tensos y temerosos de ser
apuntados por dedos acusadores de la gran tragedia que acaba de suceder. Recuerdo el dolor y la indignación en un país
que era muy consciente de que había perdido a un gran hombre y a un símbolo de la
lucha contra la mafia.
Pero, Giovanni Falcone era un hombre “marcado” por Cosa
Nostra ya desde los años 60, cuando después de ser elegido procurador sustituto
de Trappani, empezó a recibir amenazas de muerte. En 1987 mandó a la cárcel a
más de 300 mafiosos en lo que, posteriormente, se denominaría el “maxiproceso
de Palermo”. Y en junio de 1989 se salvó por los pelos de un atentado mientras
estaba de vacaciones en la playa siciliana de Villa Addaura, en la costa del
Mediterráneo. Un año antes de su muerte, el juez publicó un libro, Cosas de la
Cosa Nostra , en el que denunciaba los
vínculos subterráneos entre políticos y
mafiosos.
El 23 de mayo de 1992 viajaba en su vehículo blindado
cuando los 500 kilos de explosivos fueron detonados con un mando a distancia,
en la autopista Palermo-Trappani, a solo
20 kilómetros
de la capital de Sicilia. Con el murieron su esposa Francesca Morvillo, y los tres agentes de su
escolta. Dos meses después, el 19 de julio de ese mismo año, volaba con 100
kilos de dinamita, su amigo y también Juez, Paolo Borsellino, junto con cinco
policías de su escolta, cerca de su domicilio de Palermo. En el caso de
Falcone, la carga explosiva fue tal, que saltó por los aires un tramo completo
de autopista.
Los movimientos de Falcone no eran conocidos más que por
4 o 5 personas en todo el Estado italiano. Por eso, la sombra del complot, del
chivatazo desde dentro del Estado, nunca ha abandonado a los atentados contra
estos dos jueces.
El asesinato de los jueces Falcone y Borsellino provocó
una conmoción social enorme en Italia. Se desarrollo la creación de La Dirección de
Investigaciones Antimafia, una estructura estatal que coordina las actividades
de policías y jueces. Ningún juez o policía se enfrenta ya solo a las
investigaciones, sino que actúa respaldado por un órgano estatal que les
ampara. No se trata de vencer, sino de poner las cosas difíciles a ciertas
organizaciones que actúan, todavía, con total impunidad en determinadas zonas
de Italia.
Hace unos años el juez Baltasar Garzón afirmó en una
entrevista: “Desde siempre tuve a Falcone como un gran profesional y un modelo
a seguir". Curiosamente su final judicial, no por menos violento que el del juez siciliano, no fue menos injusto.