A raíz de la muerte del político italiano Giulio Andreotti, acaecida
el pasado 6 de mayo a los 94 años de edad, volví a visionar “Il
Divo”, el maravilloso biopic sobre su vida escrito
y dirigido por Paolo Sorrentino en 2008, una de las mejores
películas de cine político que haya visto jamás.
Encarnado
de forma soberbia por el actor Toni Servillo, Giulio Andreotti, jefe
del gobierno italiano en hasta siete ocasiones y máximo exponente
de la otrora todopoderosa Democracia Cristiana formo parte
activa del parlamento italiano desde el año 1946 hasta que, a pesar
de su cargo de Senador Vitalicio, su luz dejo de brillar en la
década de los noventa al ser acusado de numerosos cargos de
corrupción, de los que fue absuelto por falta de pruebas, quedando
prescritas las causas pendientes.
Así, Paolo Sorrentino trata la figura del calculador, inteligente, frío, enigmático, estratega e irreverente Giulio Andreotti como un irresistible cruce literario y cinéfilo entre el Ricardo III de William Shakespeare (por su deformidad física, Andreotti era jorobado) y el Nosferatu de Murnau (por es gesto rígido del rostro, del cuerpo y las manos que recuerdan directamente a la inolvidable composición expresionista del actor Max Schreck). Un panorama, humano e histórico, complejo de reflejar y que Sorrentino resuelve magistralmente acudiendo a la hipérbole, al esperpento, a lo grotesco y a lo sarcástico como si fuera un delirante carrusel dirigido por Fellini.
La música y las canciones de la banda sonora van incluso más allá de sus cometidos actuando como un elemento que dota de mayor ritmo a una narración donde la música clásica de Vivaldi o la banda sonora compuesta por Teho Deardo se alternan con la vibración electrónica del dúo Cassius en "Toop Toop", la calidez de una balada de Bruno Martini, el pop de The Veils o el minimalismo ochentero de Trio en la canción “Da Da Da”.
Una Crítica feroz no sólo del político que durante 60 años llevo las riendas de la política italiana más reaccionaria y comprometida con la Mafia , sino de todo un sistema parlamentario corrupto que nunca ha respetado ni a votantes, ni a compañeros de viaje.