Película extraña donde las haya, “This must be the
place”, toma su nombre de una canción del mítico grupo Talking Heads, cuyo
antiguo líder, David Byrne, es coautor de la banda sonora del film y aparece en
una maravillosa escena musical, rodada de manera deslumbrante.
Cuatro años después de “Il Divo”, un mordaz y demoledor
retrato del senador vitalicio Giulio Andreotti, el director italiano Paolo
Sorrentino parce cambiar de ámbito.
Así, en “Un lugar donde quedarse” nos cuenta la historia
de Cheyenne una antigua estrella del rock (interpretada por Sean Penn), que
recuerda mucho a Robert Smith, el líder de The Cure, y que consumido por la
heroína y los excesos de su etapa gloriosa se arrastra ante un presente vacío ,
insatisfactorio y, a veces, incomprensible llevando una vida de prejubilado en
un maravilloso castillo de Dublín.
La muerte de su padre, con el que hacia treinta años que
no se trataba, le lleva de vuelta a Nueva York donde, a través de sus diarios ,
reconstruye la vida de su padre en los últimos treinta años, en los que se
dedico obsesivamente a buscar al criminal nazi que lo humilló en Auschwitz.
Sin capacidad alguna como investigador y contra toda
lógica, Cheyenne decide continuar la tarea de su padre y emprende la búsqueda
del nonagenario alemán a través de la América más profunda. De esta forma, lo que
empieza siendo un drama sobre el vacío interior de este estrafalario personaje
da un vuelco de 180 grados y se convierte en una auténtica road movie de autoafirmación
personal.
Un viaje en el que el aspecto visual de las imágenes es
absolutamente impecable, pero donde se cruzan situaciones asombrosas,
personajes imposibles y diálogos absurdos en una película que salta sin pudor
entre géneros, y cuyo mayor acierto son los elementos irónicos que adornan la
base dramática del film.
Pese a todo, resulta sorprendente como del conjunto logra
aflorar cierta atracción y cierto sentimiento de empatia con el personaje, sin
lograr desprenderse de la confusión, el caos y lo absurdo que configuran todo
ese descontrol narrativo y formal.
Tampoco parece que el director haya hecho ningún esfuerzo
por acercar su obra al espectador, más bien todo lo contrario, diluyéndola y expandiéndola
a través de tonos y secuencias que chocan por la perplejidad que brota de
ellas.
En definitiva, es una cinta difícil de catalogar, pero se
admira la valentía y el descaro con la que se ha abordado y, lo que es más
importante, se deja ver y, al final, emociona.