EVA
es mi nombre y también el de la primera película de Kike Maíllo. Un film innovador y valiente que se enfrenta a diversos retos,
lo cual resulta digno de destacar tratándose de una opera prima.
En
primer lugar, se trata de un film de ciencia ficción, un género que parecía
maldito en nuestro país y cuya tradición en nuestra cinematografía es escasa y
más bien banal.
A
este respecto, Maíllo y su equipo (en buena medida surgido, como el propio
director, de las aulas de la
ESCAC ) han sabido solventar parcialmente esos riesgos
ofreciéndonos unos efectos especiales muy bien conseguidos y una imaginaria
fantástica, compuesta de pequeños robots, paneles de control y ordenadores
imposibles, muy bien medida. Aunque hay que decir que no se alcanza la misma
eficacia en lo relativo a la ubicación más general del entorno llevado a un
2041 permanentemente nevado y con toques vintage.
Quizás
ese anacronismo ambiental tenga una cierta lógica si entendemos el segundo reto
que intenta afrontar Maíllo: conducir a EVA hacia un territorio que tampoco es
ajeno al de la inteligencia artificial plasmada en el cine: la de la reflexión sobre las fronteras entre las
capacidades preformativas de los robots cibernéticos y sus límites emocionales.
Dentro
de esa dinámica EVA camina lastrada por unos interpretes excesivamente estáticos e insuficientemente expresivos a causa de la simplista trama amorosa triangular que pretende estructurar el relato, y por el tono de frialdad por el que claramente ha optado Maíllo como destacado recurso estilístico.
Una vez visionado el film, queda la sensación de que de haberse desarrollado más la carga emocional que se quiere trasmitir al espectador la película hubiera sido absolutamente demoledora e infinitamente más emocionante.
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