lunes, 14 de mayo de 2012

EVA es mi nombre





EVA es mi nombre y  también el de la primera  película de Kike Maíllo. Un film innovador y valiente que se enfrenta a diversos retos, lo cual resulta digno de destacar tratándose de una opera prima.
En primer lugar, se trata de un film de ciencia ficción, un género que parecía maldito en nuestro país y cuya tradición en nuestra cinematografía es escasa y más bien banal.
A este respecto, Maíllo y su equipo (en buena medida surgido, como el propio director, de las aulas de la ESCAC) han sabido solventar parcialmente esos riesgos ofreciéndonos unos efectos especiales muy bien conseguidos y una imaginaria fantástica, compuesta de pequeños robots, paneles de control y ordenadores imposibles, muy bien medida. Aunque hay que decir que no se alcanza la misma eficacia en lo relativo a la ubicación más general del entorno llevado a un 2041 permanentemente nevado y con toques vintage.
Quizás ese anacronismo ambiental tenga una cierta lógica si entendemos el segundo reto que intenta afrontar Maíllo: conducir a EVA hacia un territorio que tampoco es ajeno al de la inteligencia artificial plasmada en el cine: la de la  reflexión sobre las fronteras entre las capacidades preformativas de los robots cibernéticos y sus límites emocionales.
Dentro de esa dinámica EVA camina lastrada por unos interpretes excesivamente estáticos e insuficientemente expresivos a causa de la simplista trama amorosa triangular que pretende estructurar el relato, y por el tono de frialdad por el que claramente ha optado Maíllo como destacado recurso estilístico.
Una vez visionado el film, queda la sensación de que de haberse desarrollado más la carga emocional que se quiere trasmitir al espectador la película hubiera sido absolutamente demoledora e infinitamente más emocionante.

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