lunes, 7 de mayo de 2012

Una pequeña joya






“Restless” es el sencillo  nombre de la última y  hermosa  película del gran Gus Van Sant.
Presentada en el último Festival de Cannes, quizás no obtuvo la acogida que está a la altura de su delicadeza  y originalidad. Para mi “Restless”es, sin lugar a dudas, una de las películas más logradas y complejas de Van Sant, aunque eso no signifique que sea su obra más misteriosa, ni la más difícil.
En ella, el cineasta de Portland, sin salir de su ciudad natal como en la mayoría de sus obras, nos cuenta la história de Enoch, un muchacho que, obsesionado por la muerte de sus padres a causa de  un accidente de coche, se dedica a ir de funeral en funeral, ya que a el le fue arrebatada la posibilidad de asistir al de sus progenitores al haber caido en coma a causa del mismo accidente. Es en uno de esos funerales donde se enamora de Anabel, una joven a la que solo le quedan unos meses de vida.
A partir de aquí, Van Sant nos describe su relación durante esos pocos meses como un alegato a favor de la bondad  a través del acompañamiento hacia la muerte.
El reto de autor consiste, precisamente, en  mantener un equilibrio tan frágil como el físico de los dos actores, Henry Hopper y Mia Wasikowska, los dos maravillosos. Un equilibrio etereo que se alimenta, por otra parte, de la trivialidad, del mal gusto y de la perversa facinación que puede implicar la cercania de la muerte. Así, todo el film descansa en este trauma y en su curación.¿No ha tenido tiempo de despedirse de sus padres?, ¿Tendrá tiempo de despedirse de la chica a la que conoce justo para verla partir y acompañarla? Al final ella muere, pero el es quien descansa en paz.
Sin embargo, lo que resulta más extraño en este film luminoso y otoñal es la presencia de Henry Hooper. En cada expresión, en cada mirada, su rostro amenaza con asumir los rasgos de su padre, Dennis.
Cuando los créditos finales concluyen y aparece la dedicatoria  a Dennis Hooper, una emoción profunda enluta el film, como si esta história de aparecidos contara con el prodigio de la aparición que representa la semejanza entre un padre y su hijo.

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