El poder adquisitivo de los chinos ha aumentado
considerablemente en los últimos años y el número de millonarios en el
“gigante asiático” crece y crece sin parar.
Si hace más de una década se decía que China se convertiría
en el primer mercado mundial del lujo antes del 2020, a finales del 2011 ya
se empezó a sugerir que ese evento tendría lugar antes del 2015.
Todo ello, aunque resulte paradójico, teniendo en cuenta
que todo lo barato que existe en este mundo se fabrica en China, es fruto de la
avidez de consumir productos exclusivos de miles de adinerados habitantes de
Shangai, una de las metrópolis más importantes de China, que se definen a si
mismos como “luxury victimes”.
Nuevos ricos que tienen un promedio de dos cuentas
bancarias, tres vehículos, cuatro relojes de marca, y suelen viajar al
extranjero cinco veces al año.
Ellos son los que han contribuido a que en Shangai se lleven a cabo en 18,3% de las
ventas de productos de lujo que tienen lugar en China. Un porcentaje que se
sustenta en la colosal presencia de marcas de lujo que se concentran en las
calles y en los centros comerciales de la que fuera denominada la “Perla de
Oriente”. De Dior a Chanel, de Prada a Jimmy Choo, de Armani a Vuitton o
Celine, pasando por Hermes y Bulgari. Un abanico de las más prestigiosas firmas
del mundo que esperan, literalmente, pegaditas unas a otras, a una clientela
cada vez ávida de consumir productos exclusivos y lucir su poderío, no solo en
China, sino también en las grandes avenidas de la vieja y castigada Europa,
donde seguirán comprando, compulsivamente, los productos de la la gama más alta
del “absolut luxury”. Vivir para ver.
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