En estos tiempos de crisis, de recortes sociales, de
descontento, de falta de oportunidades, en definitiva, de miedo, solo nos
faltaba la elefantada de Su Majestad el Rey.
Así, la indignación suscitada por la “travesura” del Rey
proviene, sobre todo, por la falta de solidaridad con su pueblo que este gesto
demuestra.
Cuando en este país hemos llegado al 24% de paro, el 50%
entre los jóvenes, cuando nuestra economía está a un paso de ser intervenida,
cuando los españoles ya no confían ni en nada ni en nadie, nuestro Rey se
divierte matando elefantes en África. Aunque parece que esto de las armas y la
caza mayor no tiene nada de nuevo, sino que es una vieja pasión suya. Y si no
que se lo pregunten a ese pobre oso de Vologda al que, en 2006, los anfitriones
rusos drogaron con vodka y miel para que nuestro Rey pudiera matarlo a placer.
De hecho, si analizamos bien la cuestión va más allá de
una mera equivocación, ya que en la crisis tan profunda por la que estamos pasando la gente necesita
agarrarse a algo, instituciones y personas con autoridad moral en la que puedan
depositar su confianza, ya que los gobiernos, el parlamento y, sobre todo, los
bancos, la han perdido.
Además, resulta que las monarquías son caras y las
pagamos nosotros, por lo que su única razón de ser sería, precisamente, esa, la
de tranquilizar y moderar en el mundo podrido de la política actual. Sino
cumplen este requisito, son puro parasitismo social que debería incluirse en el
paquete de recortes del gasto público. Es decir, si quieren ser reyes que lo
sean, pero que no vivan como reyes.
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