Muchas veces me pregunto si realmente estoy
obsesionada con algo tan normal en la ciudad como es el ruido, aunque después de darle muchas vueltas al asunto he
llegado a la conclusión de que, simplemente, lo que me pasa es que no quiero
tener que convivir con el.
Hay gente que parece ser indemne a los a los motores de las motos, a las
alarmas sonando a todas horas, a la música no deseada, al bullicio de las
terrazas y plazas hasta altas horas de la madrugada, o al ruido ensordecedor de
las máquinas, pero yo, desgraciadamente, no lo soy.
El problema es que nos ha tocado vivir en una sociedad donde nos hemos
acostumbrado tanto a producir y escuchar ruido, que ya resulta normal para
nosotros.
Como consecuencia de la Revolución Industrial los sonidos tecnológicos empezaron a
desplazar a los sonidos humanos y naturales, así que la intensidad y los
decibelios fueron aumentando paulatinamente hasta llegar a “la cloaca sonora de
nuestro entorno contemporáneo”.
Sin ir demasiado lejos, en España, uno de los países más
ruidosos de Europa, el problema endémico del ruido incrustado en las viviendas
de vecinos con ganas de dormir no está lejos de resolverse, sino más bien al
contrario, parece que va a ir a más.
La entrada en vigor de la Ley Antitabaco está suponiendo
un “aluvión” de denuncias, ya que la prohibición de fumar en el interior de los
bares, restaurantes y discotecas ha provocado que muchos locales opten por
colocar terrazas en el exterior, en muchos casos sin permiso, para que sus
clientes puedan fumar, cosa que genera jaleo en la calle durante toda la noche,
y molestias importantes a los vecinos de los inmuebles cercanos. En juego está
el derecho al descanso de unos, y el legítimo interés económico de otros.
Así, el ruido de las denuncias que están proliferando en
muchos pueblos y ciudades de España se hace cada vez más ensordecedor y amenaza
con reventar muchos cristales...
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