lunes, 11 de junio de 2012

El niño de la bicicleta






Un tópico de los manuales de guión dice que la pregunta principal en cualquier buena película debería ser: ¿Qué quiere el protagonista?. Así, para que una historia atrape a a la audiencia, el personaje debe tener una meta y estar dispuesto a hacer lo que sea para alcanzarla. El problema es que esta teoría, a causa de su hegemonía en Hollywood, generalmente, se considera inadecuada en el universo del cine de autor.
Sin embargo, los cineastas belgas Jean Pierre y Luc Dardenne han conseguido algo notable: han recuperado de Hollywood la idea de la voluntad, revistiendola de una energía narrativa que la hace muy distinta de la trivial fuerza del deseo que motiva, con frecuencia, el cine comercial. Para los hermanos belgas la voluntad es algo que impulsa al mundo y es lo único que permite a sus personajes sobrevivir, incluso cuando parece que un universo demasiado hostil está dispuesto a acabar con ellos, hasta llevarlos a la redención personal.
Cyril, el joven protagonista de “El niño de la bicicleta”, protagonizado por el extraordinario actor de 13 años Thomas Doret, es un personaje prototípico del cine de los hermanos Dardenne. Un adolescente en una situación difícil que muestra una determinación a prueba de todo para conseguir su objetivo: reencontrarse con su padre que, tras haberle abandonado en un centro de acogida, ha desaparecido del mapa. Frente a un futuro que se presenta marcado por la inestabilidad social y emocional, la figura paterna representa para el chico lo único a lo que agarrarse para no caer en el pozo sin fondo de la desesperación. Hasta que en una de sus huidas del centro Cyril acaba encontrado, de manera casual y a través de un abrazo accidental, a una peluquera, Samantha, que acepta la responsabilidad de acogerlo los fines de semana.
Es cierto que lejos del espacio de protección que le ofrecen la peluqueria y sus alrededores, Cyril se verá acechado por una serie de peligos y será, incluso, traicionado “por el mundo respetable” pero, al final, triunfará el amor desinteresado.
“El niño de la bicicleta” representa, a primera vista, un retorno de los Dardenne a las constantes vitales de su cine, después del paréntesis urbano de "El silencio de Lorna". Sin embargo, la película es la más cálida, abierta y luminosa que han rodado los belgas hasta el momento.
Los paisajes también parecen diferentes. Aquí nos volvemos a encontrar a una Bélgica de provincias y suburbios obreros. Pero en este caso no se nos presenta en ese tono grisaceo de películas anteriores, sino bajo una tibia luz de verano que permite secuencias como las del paseo en bicicleta de Cyril y Samantha, un momento de felicidad y sensualidad insólitos en la trayectoria de los Dardenne.
Dentro de una apuesta por unas estructuras sociales concretas, “El niño de la bicicleta” reivindica un tipo de familia que ya no se sostiene, simplemente, por los lazos sanguineos, sino por los vínculos creados por el amor desinteresado y la asunción de una responsabilidad más allá de las convenciones.
Es, precisamente, aquí donde radica la belleza del personaje de Samantha. Desde ese abrazo forzado con que se funde con Cyril la primera vez que se encuentran ella toma una decisión vital que no necesita de motivaciones del inconsciente. Más allá del papel que deben jugar las instituciones, más allà de los roles que dicta la sociedad, más allá de los dictados de cualquier ideología, ella se mueve por los resortes de la verdadera compasión, la de sentir el mismo sufrimiento que el prójimo y la de asumir un compromiso individual ante el dolor ajeno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario